Si bien no es el objetivo de esta página, analizar cuáles fueron las causas históricas que han llevado al desarrollo de la agricultura actual, el hecho es que somos protagonistas de las consecuencias ambientales, culturales, sociales y económicas de los modelos económicos dominantes aplicados a la agricultura, traducidos en el agronegocio o en la agroindustria.
En el actual escenario, el cambio climático, el incremento de la población mundial y peor aún, el aumento de la población con hambre en el mundo, nos plantea el desafío ético de trasmitir de todas las formas posibles, otra forma de hacer agricultura.
Una agricultura que nos asegure la soberanía alimentaria, que sea sostenible en todas sus dimensiones: en lo social justa y solidaria, en lo económico que sea viable y en lo ambiental que nos garantice la capacidad de reposición de los procesos naturales teniendo en cuenta la finitud de los recursos.
Desde hace unos cuarenta y tantos años en América Latina, (Uruguay es un claro ejemplo) comenzó a gestarse una forma alternativa de producir alimentos que contemplaría todos los puntos anteriores, la Agroecología.
La Agroecología nos brinda un nuevo enfoque de practicar la agricultura. Es una disciplina científica multidisciplinar que considera los sistemas productivos en cambio continuo, producto de las múltiples interacciones que se producen entre sus componentes. Este enfoque contrasta con el enfoque reduccionista de la agricultura convencional basada en recetas o fórmulas fijas para resolver situaciones diametralmente diferentes.
Uruguay se ha destacado por ser vanguardista en lo que refiere a la entrada en vigencia de leyes que se adecúan a la etapa histórica en que nos ha tocado vivir y la Agroecología no escapa a esto, es así, que desde finales de 2018 se aprobó la ley para crear el Plan Nacional de Agroecología, fueron sus impulsores organizaciones de la sociedad civil, productores, estudiantes, técnicos y la Universidad, entre otros.
La Agroecología, fundamento científico de la Agricultura Orgánica, nos asegura que es posible producir alimentos sanos, libres de sustancias de síntesis química. Además, nos permite preservar nuestras semillas criollas o nativas y asegura la permanencia de los productores familiares, generando ingresos genuinos al reducir los costosos insumos de otras formas de producción. Permite el diálogo de saberes y el rescate de formas tradicionales de producción que se han trasmitido de generación en generación y que conviven con esta nueva agronomía, que podríamos llamar de alto nivel.
Nos quedan nuevos desafíos por delante que serán superados con una gran transformación social, con participación y compromiso para tener derecho a elegir que agricultura queremos.
Sin duda estamos ante un cambio de modelo o paradigma.
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